El ritual de la grandeza solo lo practican aquellos elegidos que ostentan en algún momento el misterioso halo de la capacidad intrínseca de su destino.
Los hechos en sus ejecutorias quedan plasmados en la corriente de los siglos que viajan através del tiempo, es como el eco que retumba en las montañas, arrastrado por la fuerza de los caminos invisibles que conducen a la eternidad.
NAPOLEON BONAPARTE, estuvo atento escuchando con mucha desconfianza a la Adivina , que vaticinaba después de tanta gloria, una desgracia incomprensible y la amenaza de un infortunio que lo acechaba, como una sombra siniestra.
El Emperador, tenía una atracción especial por las Adivinas, Gitanas y Cartomantes y todo aquello que tuviera que ver con el ocultismo y veladas misteriosas; sus salones eran siempre frecuentados por las más famosas Videntes de aquella época y de cualquier parte del mundo, entre ellas estaba Mademoiselle Lenormand quién en ese momento, después de una larga Sesión de Tarot, predijo a Napoleón , lo que nunca hubiese querido oír el poderoso y más grande genio militar que haya tenido Francia; él la miró con preocupación y de soslayo evitando ver de frente sus hermosos y extraños ojos, la Adivina le enfrentó la mirada nuevamente, el Emperador cambió de sitio y en ese preciso momento una ráfaga de viento batió fuertemente las cortinas del Palacio; el Emperador luce nervioso e inquieto, luego modula sus sensuales labios para preguntar a la Gitana , pero ésta le corta la palabra y le dice: “Excelencia mi vaticinio es cierto y todo lo dicho por mí sucederá, parte de mi vida la he dedicado a las artes de las Mancias y nunca me equivoqué; por lo tanto en esta lectura del Tarot, quisiera haberle dicho buenas nuevas y discúlpeme usted Emperador, pero esta es la lectura de las cartas y su fuerza y consecuencia son inexorable.
El Emperador palidece y se queda estático sin pronunciar palabra y una sombra de tristeza se plasma en su rostro y con la mirada fija en un solo sitio piensa y dice para si mismo: “Como es posible que después de tanta gloria mi aura vaya a desplomarse, no puede ser, la desgracia no puede llegar a mí.”
El Vaticinio de la Vidente era nada menos que el exilio y confinamiento en la Isla de Elba y su posterior derrota en la Batalla de Waterloo, donde luego fue hecho prisionero e internado en la Isla de Santa Elena, donde terminó su prodigiosa vida, tal cual como lo pronosticó con certeza la Ocultista Mademoiselle Lenormand.
En sus últimos días el Genio Militar Francés, remembró este aciago momento que compartió con la extraña y misteriosa Adivina.
Lentamente fue envenenado con arsénico y en sus instantes de lucidez escuchaba voces de mando, el tropel de la caballería, el retumbar de cañones y trompetas de guerra, él mismo se veía con sus tropas en arengas militares.
El Gran hombre ejecutó el ritual de la grandeza que solo practican los elegidos y su halo magnético penetró las edades y vibra como un eco inmortal en la inmensidad del tiempo.
Por: Juanbautista López García
El Mago de las Letras. Mayo 26 del 2009.
8 comentarios:
Grande eres JuanBautista y poderosa son tus palabras.
Gracias por existir.
Cleo desde Tunes.
JuanBautista tu imaginación va mas allá del saber. Eres un escritor de los grandes. Te Felicito.
Joaquin desde Cuba.
JuanBautista pensamos que te habías olviado de nosotros, pero parace que google tenia bloqueados los comentarios para latinoamerica.
Te felicito sigue así.
Jorge Duran desde España.
JuanBautista te estamos esperando en Chile, recuerda que la librería El Tintero es y sera siempre tu mas grande casa.
Ven pronto.
Chile te quiere.
JuanBautista google tenia problemas, al fin los arreglo.
Suerte y gracias por este escrito tan fuerte y cargado de vida.
Tutis Gont
JuanBautista grazie per essere così speciale, non ti immaginare come mi rende felice che leggere le vostre linee.
Grazie e ancora grazie.
Titora da Italia
JuanBautista que te felicito por ese escrito tan espectacular.
Eres único.
Ecuador es tuyo.
Eres mas que pensamientos, tu eres la magia que cada letra plasma en mi mente.
Tu eterna admiradora, Elene de Chon.
Publicar un comentario