Es poderosa,
la palabra tiene el encanto mimético de las invisibles estructuras del bien y
el mal, porque genera un ordenamiento psicológico, parecido al que ejercen los
encantadores de serpientes con el movimiento de sus manos.
Quien maneja
el verbo tiene el dominio sobre las demás personas, su influencia es
aplastante, la palabra fue usada por conquistadores, guerreros, gobernantes e
ilustres maestros religiosos, para persuadir y convencer a gran parte del
mundo, formando así importantes religiones, que han perdurado hasta ahora.
El verbo tiene
un poder intrínseco y hermoso, cuando se usa para el bien, y, siniestro si se
quiere cuando es utilizado por políticos mentirosos y farsantes para ganar una
elección.
La palabra
tiene el poder aún más grande que cualquier arma de guerra, porque quien la
ostenta puede apoderarse de pueblos y países enteros, donde mansamente se
someten y se entregan personas como corderos que van al matadero; ya que un ser
humano cuando es persuadido se convence y se somete a la voluntad del orador,
donde se genera un laberinto profundo y magnético, de donde muchas veces es
imposible salir.
Todo lo que
existe tiene un lenguaje, el mismo planeta Tierra habla y puede ser descifrado
lo que dice.
Quien tiene el
poder de la palabra, puede penetrar ese misterioso halo místico, que aún
invisible posee cada ser vivo, incluyendo animales y plantas.
La palabra es
bendita cuando es usada para construir voluntades hermosas, que generan
progreso y bienestar, y, perjudicial cuando es utilizada por gobernantes para
jugar con las necesidades de los pueblos y someterlos.
La palabra es
un arma de doble filo, porque quien miente siempre, se foguea en la mentira y
cada vez tiene más destreza y habilidad para hacerla aparecer como una verdad.
El verbo es
fecundo cuando se llena de belleza y se carga de la mágica fuente que hace
aflorar los sentimientos más sublimes y hermosos, donde nacen y se hacen
impertérritas las sagradas leyes del amor.
Un vendedor
vende un artículo que el supuesto comprador no quiere ni desea obtener. ¿Por
qué lo compra? Simplemente quien domina la palabra, tiene la habilidad y la
potestad de convicción y quien está convencido acepta y se somete a la voluntad
del vendedor.
El sonido de
la palabra unido a la mímica desplegada genera un entorno místico que penetra
directamente la psique y ese ordenamiento presente puede cambiar y anular una
decisión negativa, favoreciendo al vendedor.
La palabra es
poderosa porque fluye, penetra y modela la mente ávida de quien la escucha y
atiende.
Entre el
orador y el receptor nace un entorno mágico que invalida la voluntad, tal como
lo hace un hábil y místico encantador de serpientes con el movimiento de sus
manos.
Por Juan
Bautista López García
El Mago de las
Letras.
juanbautistaescritor@gmail.com